Agua de mar, que oprimes tú la arena que yo soy;
miedo y violencia ancestral entre Ponto y Gea.
Te posas pesadamente sobre mí. Te mueves.
Me obligas a sostenerme firme para no sucumbir, para no dejar de ser.
Pero mira bien: soy tus entrañas, tu profundidad; aquel lugar del que no puedes irte, porque no tienes hacia dónde.
Soy tu gusto a sal, tus colores, tus cuevas;
la piedra que te limita y, por eso, te contiene.
Tu eres mi fuerza, mis vaivenes, mi liviandad.
En tu interior se deshacen mis sonidos, mi tiempo.
No hay fuego ni aire entre tú y yo.
Es la vida, que circula y se zambulle sin comprender nuestro eterno amor;
son los hijos, que han borrado de sus corazones el verdadero origen.
No tengas dudas, agua de mar,;
que nos sienten, intuyen, temen.
Pero sólo aquellos que hayan visto sin ver, y oído sin escuchar;
volverán a traernos sus más preciados obsequios
a mí, sus flores
y a vos, su sangre.
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