Querido perro de la falda de mi Rey de la Cabina

¿Serías tan amable de leerle? Gracias.

Deberías tener la paciencia de saber que el amor no es aquella estrella que nació contigo, y que incubaste toda tu infancia. Tu gran mapa del tesoro y el tesoro mismo. Me detengo: no te lo digo dándote una lección, dejaría de escribirte en este momento si así lo sintieras.

Lo que quiero decirte es que el amor no va a poder ser eso, aquella estrella que nació contigo, tu gran mapa del tesoro y el tesoro mismo.
Será lo que podamos hacer juntos. Eso te quería decir.
Juntos.
Y desnudos.
Que es lo otro que te quería decir.
Como árboles preparando su ajuar para el otoño.
Vistiéndose de su propia desnudez.
Cargándose de hojas que caen hasta que no queda ninguna.
Preparando su amorosa boda con el otoño que es,
por favor suspendan todos los juegos de palabras,

que es el nido de la primavera. La primavera no nace
sino del despojo de todo lo viejo, y no veo una primavera enfrente de nosotros.
No veo sino un otoño sereno y reconcentrado. Un horno
hecho de pensamientos y reflexiones.
Una cocina secreta, como duermen los osos en invierno
y crecen soñando.
No podría invitarte a ninguna primavera, y no sólo porque no la veo. Ni la tengo, ni podría con ella.
Si alguien esperara la primavera, si después del verano,
alguien otra vez esperara la primavera, le avisaría que olerá a podrido.
No podría invitarte a una primavera, además, porque lo que más quiero es desnudarme.

Cargada de hojas viejas.
Desnudarme.
Y ver
cómo te desnudas.
Yo de mis miedos,
y tú de tus sueños
que tanto miedo te daban, o te dan, porque te veías
convertido en un soldadito de plomo, de un libro
que mamá y papá no habían podido escribir para ti,
pero que te habías jurado a ti mismo escribir,
sin faltas ni faltas, ni ninguna falta.
Lo que más anhelo es ver que te desnudes, que desees
tanto como yo,
con amorosa renuncia, despojarte de tus anhelos incumplidos
y a punto de cumplirse.
No nací para entrar en tu historia. Vine a cambiarte con un beso.

Ardo de deseos de verte quitar tu ropa.
Como la primera vez,
que dejes atrás tu camisa , Europa y Asia,
tu pantalón, y África.
¡Cómo doblabas tu ropa!
Nada lo tirabas. Nada caía con descuido.
Todo lo apoyabas de tal manera que yo quería darte mis ojos
y mi alma para que la llevaras a esa cuna con tanta tierra y tanta selva
y las mujeres de todo el mundo lavando ropa en un río.
Pero mis ojos estaban en su propia fiesta,
acariciando tu piel, que despertaba iluminando el cuarto

Paloma

L.M.Pescetti.



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