Todo es una farsa


Para nosotras, las mujeres de piel y hueso,
las de ideas y proyectos,
las de ganas infinitas de probar el mundo,
todo es una farsa
que tenemos pegada, pegoteada
como un chicle que calentó el sol durante horas, se te pegó a la zapatilla y te molesta,
pero mantiene su olor a tutti frutti intacto.

Mentira que seamos libres
ser libres sería poder despegarnos,
saltar a lo desconocido
pero no nos dejan
caemos, en cambio, al prejuicio: la histérica, la solterona, la mala madre.
O no nos dejamos
no queremos: que se nos pasen los años, vivir sin pareja, morir sin ser madres.

Es que la farsa viene en modo de pregunta,
se hace la inocente: podés decir que sí o que no.
o intentar escapártele
un poco con culpa, otro poco con feminismo
(que a veces también da culpa)
o quizás querrías preguntarte, 
genuinamente, espontáneamente, 
pero hasta eso nos sacan
la posibilidad de saber cuándo
lo que deseamos es nuestro.

Que la farsa es una farsa y que todos lo sepan,
tal vez sea el primer paso para repartirnos el peso del equipaje
y llegar más livianas, más libres
a donde querramos llegar

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